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La llaga de la cultura contemporánea

Maria Helena Noval

El encuentro con su más que dramático trabajo me hizo colegir que se puede hablar de eficacia de la obra artística cuando ésta provoca un choque entre lo captado por el intelecto y lo asimilado por los sentidos: cuando va desatándose uno de los nudos de lo humano que suelen pasar desapercibidos en la inmensidad del mar de imágenes que nos abruman cotidianamente. La emoción estética que provoca el trabajo de Sergio Garval es contundente a pesar de la dureza de los temas a los que se atreve. Sus piezas son de esas que no se pueden soltar fácilmente.

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Poco a poco he ido descubriendo que al pintor nacido en Guadalajara, Jalisco en 1968, le interesan los comportamientos colectivos y he comprobado, después de acudir una y otra vez a su pintura, que existe un desplazamiento muy evidente del enfoque común, centrado en la persona y en la escena principal, la visión de lo que está sucediéndole a uno, hacia la reacción de la colectividad. Esta es una de sus propuestas más interesantes y originales con respecto al trabajo de sus colegas. La voluntad de Garval de referirnos a un mundo público violentado, a una serie de espacios en los que no existe el sanador espacio privado es golpeadora. Desarrolló "Hormigas", una serie de fuertes escenas en torno a ciertos comportamientos colectivos que asimilan al ser humano con el animal y mediante piezas como "Un día como cualquiera" nos echa en cara la certeza de que cotidianamente suceden en el mundo masacres como la que logra representar de manera brillante mediante tintas sobre la tela imprimada en blanco, luciendo su gran capacidad para el dibujo. La perspectiva de ojo de pájaro de la que gusta mucho, acentúa la idea del comportamiento grupal y animal al minimizar y componer a las figuras con la intención de reflejar lo grotesco, lo que no va con la idea de los buenos modales. No está por demás añadir que sus personajes en carritos del supermercado responden de igual manera a un análisis sociológico del individuo y no a la necesidad de mostrar su tragedia personal, íntima.

 

Otro asunto muy patente en las diversas series temáticas que Garval propone al mundo es la carne, asunto poderosísimo y sempiterno, aunque a veces pasado por alto en la historia del arte. A pesar de que en años recientes se ha venido haciendo presente en las salas de algunos museos (los trabajos de Lucien Freud, Francis Bacon y Jenny Saville son especialmente notables en esta línea), en nuestro país no se había demostrado un especial interés en demostrar la morbidez del cuerpo, la parte innoble, no museable del mismo[1]; algunas muestras tan ilustrativas como "El cuerpo aludido", del MUNAL, de hace unos 6 años picaron el interés de algunos aficionados a la verdad como valor supremo, pero el avance en materia de corpulencias y desinhibiciones ha sido lento. De ahí que podamos decir que las encarnaciones creadas y empastadas sin temor por Garval marquen un hito importante en la historia del arte mexicano contemporáneo; un territorio al que no muchos se acercan.

 

En sus pinturas, los acabados lisos y las transiciones graduales en los planos corporales ceden el paso a los brochazos impulsivos y un tanto expresionistas. El artista rompe con la noción del gran gusto (gestos nobles, fluidez continua de los movimientos y relaciones armónicas entre empujes y tensiones de las anatomías), pues le interesa quitar caretas, sopesar valores morales y referirse a su doctrina ya no como imitadora de la realidad, sino como intérprete de la misma; su actividad es intelectual, más que mecánica y por eso destroza, fragmenta y martiriza. Manifiesta crisis.
      
Vivimos en un mundo maniqueo, en una cultura reduccionista en la que se prefieren los lenguajes sencillos, las obras fáciles, la clasificación sin problemas y eso es lo que algunas galerías y museos privilegian por cumplir con el mercado. La obra de Garval, por el contrario, nos devuelve la humanidad completa por cuanto se niega a participar de las limitaciones de la imagen mediatizada. Y al resolver el asunto de manera sobresaliente, complaciéndonos por su manejo plástico del espacio pictórico y de la figura humana, al atreverse a abordar lo oscurito, la sombra de la que hablaba Jung, pone el dedo en la llaga de la cultura contemporánea y complementa la cultura artística contemporánea con una muy fresca propuesta.

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 [1] Keneth Clark, en su ya clásico libro dedicado al desnudo (Alianza Editorial, Madrid, 1987), habla de la diferencia existente entre un desnudo corporal y uno artístico. Para él la palabra inglesa nude (desnudo artístico) no comporta en su uso culto ninguna incomodidad porque la imagen que proyecta en nuestro espíritu es la de un cuerpo feliz, re-formado, estetizado o idealizado por el artista, mientras que la palabra naked sí conlleva aspectos perturbadores para el espectador occidental educado bajo los preceptos de un maniqueísmo materialista, porque lo carnal se opone a lo espiritual como valor.

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           María Helena Noval es critica y curadora, ha colaborado en El Búho, y Arena, suplementos culturales del periódico Excélsior, el Diario de Morelos, El Financiero, La Jornada Morelos, El Regional y las revistas Paula, Arte y Artes, Destino Morelos, Artes de México, Vértigo, Carácter y Saber Ver.

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